Llegaba la Semana Santa

Llegaba la Semana Santa y con ella la ilusión de salir a pasear, de jugar con mis primas y de pasar una semana completa en calzoneta, probablemente sin bañarme. Río Dulce era un lugar mágico, visitado por pocas personas en aquel entonces- hace como 35 años. 

La casa donde pasé las vacaciones de mi infancia, una vieja y preciosa casa al estilo caribeño, con pocas comodidades pero mucha naturaleza, fue una casa que compraron mis padres a personal de la Bananera y la UFC. 

El viaje era como de 5-6 horas, nos íbamos en la palangana del pick-up con mis primas y desde ahí comenzaba la aventura. Poníamos un colchón y ahí hacíamos el largo recorrido, sentadas sobre el colchón, metidas entre chunches y maletas, bolsas de super y hieleras, platicando y jugando debajo del fuerte sol. 

La naturaleza de Río Dulce, el canto de los pájaros (pijuy, pijuy), de los insectos y animales nocturnos, el viento sonando entre las palmeras, son recuerdos muy especiales para mi. En la profunda oscuridad de la noche, cuando habían pocas lanchas y luces de casas alrededor, el cielo se lucía, mostrando el brillo coqueto de todas las estrellas, como prendedores de diamante. 

Fue como a los 8 años que yo aprovechaba esa oscuridad para hacerme preguntas secretas, que no le contaba a nadie pero que invadían mi cabecita y no me dejaban en paz...-¿existe Dios? ¿Por qué se murió mi papá, aquí? ¿A dónde vamos cuando morimos? 

Siempre tendré una conexión especial con Río Dulce. Una conexión a su autenticidad, a la jungla y sus animales, a las noches oscuras con muchas estrellas, a su frescura, como cuando me metía al río, amarrada del muelle a un tubo de llanta de camión, y sentía su corriente pasar entre mis piernas y mi panza... y eso me hacía muy feliz.

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