Cuando mi mamá cumplió 80 años
Palabras para los 80 años de mi mamá María Elena
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Mami,
la conocí cuando tenía casi 50 años, quizás tengo recuerdos más claros de
cuando usted tenía 47 y yo 6 años.
Fuimos
a una piñata al Club Español y un adulto me dijo “ahí está su abuelita, mire”.
Creo que me dieron ganas de llorar, porque la gente creía que mi mamá era mi
abuelita. Así me pasó varias veces, pero en realidad nadie tenía a una mamá tan
divertida, tan jovial, tan platicadora y tan canosa como yo.
Platicaba
con todo el mundo (quizás por eso soy yo así) a través de su ejemplo. No discriminaba
a nadie, platicaba cordial y educadamente, y siempre lograba conocer las
intimidades de las personas, ya sea que estuviéramos en una fila para hacer un
trámite, en el banco, en donde fuera.
Recuerdo
cómo me despertaba, siempre amorosa, nunca melcochosa, pero amorosa y cantaba
mucho también. Me despertaba con un extraño acento en inglés: “good morning
dear”. Hasta que ya tenía como 10 años y yo hablaba un poco mejor inglés que
ella, entendí que me estaba diciendo buenos días querida.
Un
par de veces la vi llorar, de desesperación, algo había pasado con mis hermanos
mayores, los regañó y luego lloró. Estaba en la cocina, sentada en el piso
porque algo había pasado con una olla de frijoles… Era una mujer fuerte.
Fue
una madre completa para todos nosotros. Aunque no estuvo en las tardes durante
toda mi niñez, llegaba a las 6:30 o 7pm y llevaba francesitos para comer con
frijoles en la cena. Por eso fui siempre un poco regordeta. Qué ricos
francesitos. Y cada vez que llegaba la saludaba y le preguntaba “qué me trajo
mama?” aunque a veces la respuesta no era más que un abrazo y un saludo
cariñoso. No sé qué hacíamos cuando llegaba, no recuerdo. Quizás platicábamos,
veíamos TV, compartíamos el tiempo juntas.
Los
sábados recuerdo algunos en que descansábamos en la casa, otras veces nos
juntábamos con mis primas en el Mayan, esos fines de semana eran un clímax para
mi.
En
las tardes me iba a ballet o a algunas clases con la Tía Bitty y las Itas.
Ellas fueron mis hermanitas de pequeñas, fueron una compañía muy especial en mi
niñez y mi mamá estaba feliz y tranquila, pues entre familia nos apoyábamos
para llevar y traernos de clases de ballet, música, pintura y algunas otras.
Yo
veía a mi mamá canosa, un poco seria (cómo no sería así si la vida le había
puesto grandes pruebas), amorosa y sabía que haría cualquier cosa por mi. La
veía audaz, luchadora, pensaba que para ella todo era posible lograrlo.
Siempre
habló de mi papá con palabras de amor, admiración y melancolía. Era un tipazo,
un excelente científico, un hombre sereno y de buen carácter, consentidor y
excelente anfitrión para las fiestas. Eso es lo que crecí oyendo de mi papá
Rubén. Se nos fue cuando yo apenas tenía 1 año. Dios habrá tenido un plan para
él y para nosotros al ponernos esa enorme prueba.
Se
reía de las personas que eran superficiales y fufurufas. Mi mamá siempre tenía
gran orgullo de ayudar a las personas que llegaban a la farmacia, personas de
escasos recursos, con poca educación. Mi mamá les explicaba y aconsejaba y
trataba de darles un poco de salud a pesar de su miseria. Era fascinante tener
una mamá así estudiando y creciendo con personas bastante privilegiadas, quizás
algunas mucho más que nosotros en el colegio.
Quizás
los 2 valores más importantes que recibí de mi mamá, que jamás fueron
pronunciados o fui obligada a aprender de memoria, fueron la justicia social y
la educación.
Mi
mamá alegaba y criticaba a los ricos,
aunque nosotros éramos unos de ellos. Esta disonancia me hizo aprender, desde
mi propia experiencia, la importancia de tener una consciencia par a mi
prójimo, para las personas en mi país que tienen menos oportunidades que
nosotros, y aprender desde mi posición privilegiada, a encontrar formas de
apoyar a estas personas.
Yo
admiraba a mi mamá y sabía, desde muy pequeña, que era una mujer inteligente. A
veces se hacía ver su talento en su trabajo, siendo una profesional Química Farmacéutica, colegiada 319. Otras,
la mayoría de veces, por la fluidez con la que cumplía todos sus roles: mamá, regente farmacéutica, administradora de
propiedades, administradora del hogar, consejera, cocinera y servidora de 5
personas que éramos sus hijos. Sabía que mi mamá se había preparado y que su
preparación e inteligencia le sirvieron para sacarnos adelante y motivarnos a
estudiar, ser profesionales y contribuir con esta educación a hacer del mundo
un mejor lugar para vivir.
A
veces resiento que mi mamá no haya tomado otras decisiones en su vida, pero
vaya, quién soy yo, qué pequeñez la mía, y qué ínfulas de grandeza pensar en
que yo sé qué hubiera sido mejor para ella.
A
veces me pregunto qué hubiera pasado si ella hubiera encontrado otra pareja, un
compañero de vida que la acompañara ahora en su edad más madura y así compartir
los gustos que alguna vez tuvo- por la buena música, la buena comida, los
vinitos, los viajes.
También
me pregunto por qué mi mamá dejó su vida por un lado, sus sueños y anhelos (los
cuales ahora cuestiono si quizás ni siquiera ella sabía cuáles eran) y vivió
por, para y a través de nosotros. Ahora soy madre de 2 hermosas personas: Jorge
Daniel y Sofía Isabel. ¿Quién me garantiza que yo no haría exactamente lo mismo
que mi mamá hizo por nosotros si estuviera en una situación de semejante
dificultad? Mi mamá luchó y no se cansó, casi nunca percibí que tuviera miedo,
ella solo iba siempre para adelante y para adelante.
Haciendo
un repaso por mis memorias, me doy cuenta que en cada etapa de mi vida mi mamá
ha jugado un papel de crítica importancia. La inocencia y ternura con la que
miraba a mi mamá en la niñez pues ella era mi cuidadora, mi guía, mi compañía.
El respeto que tenía por ella en la adolescencia, con mi rebeldía y mis
tonteras, las cuales mi mamá siempre encontraba una forma sutil pero
contundente para recordarme cuál era el camino correcto. Luego en mi vida
adulta, al inicio de mi vida profesional, el apoyo y admiración de mi mamá
(siempre admira muchísimo a sus hijos y dice que somos los mejores en todo lo
que hacemos- cosa que está un poco alejada de la realidad, pero ella lo ve con
ojos de mamá amorosa). Ahora, en mi vida de esposa y madre, y de una persona
que está buscando cómo trascender en el mundo, es cuando menos paciencia le he
tenido, justo en el momento en donde ella quizás más necesita de mi.
No
puede justificar mi impaciencia el hecho de tener 2 pequeños hijos inquietos y
hermosos, ni un trabajo que me apasiona y demanda, ni un esposo con quien
tenemos muchos sueños y proyectos juntos y quien merece mi atención, amor y
cuidados. El día de hoy públicamente reconozco a mi mamá con estas palabras y
pido perdón por mi impaciencia, la cual ella casi nunca manifestó cuando estaba
criándonos, y vaya pacaya la que le tocó, la de criar a 5 personas, sola.
Uno
no puede vivir solamente de recuerdos, pero vaya si no al analizar y recordar,
entendemos un poco quiénes somos hoy.
Los seres humanos somos complejos y maravillosos, creados por Dios a su
semejanza, y mandados a este mundo chiflado, injusto e imperfecto, para hacer
el bien, para ser buenos unos con otros, para luchar por construir y alcanzar
sueños, personales y colectivos y sobre todo para amar, porque en ese amar, ahí
está nuestra trascendencia.
Todos
tenemos una historia, la cual puede estar llena de dolor y sufrimiento, así
como también de mucha alegría y satisfacción. Mi mamá tiene una gran historia,
de muchas batallas y muchas victorias. Ella libró muchas batallas, y algunas de
ellas las sigue librando: la soledad, la incomprensión, las faltas de respeto
por personas que la juzgamos sin derecho a hacerlo, las ganas de hacer más y de
estar insatisfecha con lo que ha hecho… la de amar incondicionalmente aunque a
veces la vida e incluso las personas nos dan patadas en el trasero.
Pero
amada mama, amada mama, usted tiene una de las victorias personales que debe
recordar siempre, pues eso le agrada a Dios en definitiva: la de amar y amar y
amar, sin importar lo que venga después. Ahí está su trascendencia, en cada
semilla de amor que sembró en todos nosotros, sobre todo en nosotros sus 5
hijos, que si bien tenemos vidas cada uno por nuestro lado, corriendo y sumergidos
en nuestras rutinas y estrés, tenemos un sello en el corazón los 5, un sello que
desde pequeños aprendimos de usted: el de actuar para hacer el bien, el de
respetar, tolerar y amar las diferencias, el de hacer lo justo y correcto para
todos, el de ir y amar, aunque parezca que esto no hará mayor diferencia.
Gracias
por su amor, María Elena. Gracias Dios en el cielo, por los 80 años de mi mamá.
Un beso a mi papá Rubén, allá en el cielo también, quien hoy no está con
nosotros en esta celebración pero quien seguramente está sonriendo y celebrando
desde arriba. Amado Dios, te pido que mi mamá tenga muchas oportunidades ahora
en este tiempo de vida madura, para reflexionar y estar agradecida y satisfecha
por todo lo que ha logrado en estos 80 años con sus hijos Rubén, Pablo, Neca,
Mercy, Beba, sus nietos Alex, Diego, Pablo José, María de los Angeles, Jorge
Daniel y Sofía Isabel. Tú has estado detrás de ella, apoyándola y cargándola
cuando ella ya no aguantaba. Y sobre todo, Tú le has permitido amar de la forma
en la que ha amado. Que estos años de vida sean ahora de cosechar todo el amor
que ha sembrado. Amén.
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